Antes que nada, me gustaría dejar sentada mi posición al respecto. Posición que se encuentra abierta a escuchar otras ideas que tiendan a cuestionar las estructuras sobre las que esta misma se sostiene.
Para mí, la Argentina de la “Generación del 80” no era potencia mundial, sino más bien, una economía emergente, de frontera, moderna y pujante. Pero el modelo político, necesario para mantener un orden económico que permita el desarrollo material de las condiciones necesarias para ser una potencia, era inestable por la vulnerabilidad que tenía con variables externas o internacionales.
El modelo político y económico comandado por la generación del 80 se consolidó tras la federalización de Buenos Aires y la derrota de los últimos focos de resistencia provincial, y fue sostenido por una élite político y económica “nacional”, conformada por grandes terratenientes de la región pampeana – herederos de las familias patricias porteñas y las oligarquías provinciales integradas al nuevo orden -. A estos se sumaron sectores urbanos vinculados al comercio, las finanzas, la diplomacia y el aparato estatal, muchos de ellos hijos de inmigrantes europeos o educados en Europa.
Esta élite se articuló con el capital extranjero, especialmente británico, a través de inversiones y el comercio exterior, y encontró su expresión política en el Partido Autonomista Nacional (PAN), que bajo la conducción de figuras como Julio A. Roca, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña, dirigó el país durante más de tres décadas.
Esta élite, que José Luis Romero llamó la oligarquía modernizante, no era homogénea, pero compartía una visión del país orientada a la integración subordinada al mercado mundial.
Natalio Botana lo explica con claridad: el orden conservador se basó en la alianza entre los terratenientes de Buenos Aires, una nueva clase dirigente surgida de los Estados provinciales, y los cuadros de la modernización. Juntos diseñaron un Estado centralizado, con base censitaria, que garantizara estabilidad para poder atraer capitales e impulsar la acumulación por vía exportaciones.
Esta clase dirigente construyó una república restringida, con base en el control del aparato estatal, el fraude electoral sistemático y la represión de cualquier intento de participación autónoma de los sectores populares. El Estado fue el instrumento de reproducción de ese bloque histórico, hasta que la Ley Sáenz Peña, el ascenso del radicalismo y las crisis externas comenzaron a erosionarlo desde dentro y desde fuera.
La consolidación del modelo agroexportador
El modelo de desarrollo económico (o, modelo de acumulación capitalista) que predominó en el territorio argentino desde su consagración como Estado-Nación en 1880 se conoce como “Modelo Agroexportador”. Tuvo su núcleo productivo en las pampas húmedas, comprendida por el norte y centro de la actual provincia de Buenos Aires, el sur de Santa Fe, el este de Córdoba, parte del noreste de La Pampa y zonas del oeste de Entre Ríos. Este espacio “natural” – de suelos fértiles, relieve llano y clima templado- se articulaba logísticamente con los puertos del Río de La Plata, particularmente Buenos Aires y Rosario, integrándose así al mercado mundial a través del Atlántico.
A grandes rasgos, este modelo se estructuró sobre la base de una inserción internacional primario-exportadora, en la que Argentina se especializó en productos agropecuarios con escaso valor agregado, mientras que importaba bienes industriales de mayor complejidad tecnológica desde los países centrales. Sin embargo, a diferencia de otros países de la región, en Argentina sí hubo una profunda transformación estructural, impulsada por la generación del 80 y los arquitectos del Estado desde 1860: se construyó infraestructura ferroviaria, portuaria y administrativa, se consolidó un aparato estatal moderno, centralizado y eficaz, se integró territorialmente el país, y se unificaron normas, instituciones y moneda.
Como señala la CEPAL, este tipo de transformación no generó una industrialización endógena, fue parte de un proceso de modernización capitalista subordinada, funcional a orden internacional del momento. El resultado fue una economía dinámica, fuertemente articulada con el mercado mundial, pero también vulnerable a sus oscilaciones y con un patrón de desarrollo desigual entre regiones y clases sociales.
Tampoco hay que menospreciar las críticas internas y las malas decisiones tomadas por las propias elites dirigentes. Atribuir únicamente al contexto internacional la inestabilidad estructural de la Argentina sería una visión reduccionista. Las disputas políticas, la concentración del poder, el uso excluyente del aparato estatal y los conflictos regionales internos también jugaron un papel fundamental en la evolución del país. Además, es importante recordar que, incluso durante su etapa más liberal, Argentina aplicó aranceles de importación relativamente altos, lo que demuestra que el modelo no era puramente laissez-faire, sino que combinaba apertura con cierto grado de protección y regulación estatal.
Los datos económicos que nos inducen a apoyar la idea de que Argentina fue una potencia
- En 1900, Argentina tenía el PIB per cápita más alto de América Latina, y superaba por 35-40% a Brasil y Chile, respectivamente
- Tenía una de las exportaciones per cápita más altas del mundo, con 19,400 dólares por habitante
- Entre 1880 y 1914, el país fue receptor de millones de inmigrantes y enormes flujos de capitales (principalmente británicos, franceses, alemanes, belgas, entre otros europeos)
- Se desarrolló industria ferroviaria, portuaria, de frigoríficos y bancaria
- La expectativa de vida aumentó, bajó la mortalidad infantil y creció la alfabetización
Pero todo esto ocurría dentro de un sistema mundial liberal, liderado por el Reino Unido, del cual la Argentina era proveedora de materias primas. La potencia no era Argentina, sino el sistema internacional del que se dependía.
La ilusión del poder propio
La elite dirigente – la Generación del 80 – creyó que podía sostener su hegemonía abriendo el juego político (aunque esto fue luego de cruentas discusiones y desacuerdos ideológicos). Según Gerchunoff y Llach, pensaban que con la Ley Sáenz Peña se podía contener el ascenso radical sin perder el poder. Se equivocaron.
El modelo fue exitoso mientras el contexto internacional lo permitió. Pero no tenía autonomía:
- No había una base industrial sólida
- La economía dependía del ingreso de capitales y de los precios internacionales
- Fragilidad de la base social y aumento de tensiones y conflictividad política
La Primera Guerra Mundial fue el primer shock. El crack de 1929 fue el golpe final. El orden sobre el cual descansaba el modelo colapsó, y con él, la estructura de poder que lo sostenía. Argentina tomó una decisión intertemporal colectiva: maximizar su ingreso presente mediante exportaciones, en lugar de invertir en un desarrollo autónomo, más lento, pero duradero, apoyado en un aparato industrial con valor añadido.
Entonces, ¿fuimos o no fuimos potencia?
Argentina fue rica, moderna, urbana y pujante a comienzos del siglo XX. Pero no fue una potencia. Fue una economía exitosa dentro de un orden del cual dependía completamente. Una economía de frontera, sí; pero no un centro de poder.
Cuando ese orden entró en crisis, el país no tenía las herramientas para sostener su posición. La ilusión del ascenso duradero fue reemplazada por el desencanto de la dependencia estructural.
Conclusión
No se trata de negar el crecimiento, ni de caer en la nostalgia de un país que “pudo haber sido”. Se trata de comprender las condiciones reales de ese crecimiento, las decisiones que se tomaron y las que no se tomaron.
Argentina fue un país con oportunidades históricas, con recursos, con talento, con una sociedad en expansión. Pero su élite apostó a un modelo que no podía sostenerse sin el mundo que lo hizo posible. Y cuando ese mundo cambió, caímos.
Bibliografía recomendada
Botana, Natalio R. El orden conservador. Ariel, 1992.
Gerchunoff, Pablo y Llach, Lucas. El ciclo de la ilusión y el desencanto. Ariel, 2018.
Romero, José Luis. Las ideas políticas en Argentina. FCE, 1987.
Pagani, Souto y Wasserman. Nueva Historia Argentina, Tomo III.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Transformación productiva con equidad. Santiago de Chile, 1990.
Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas. FCE, 1993.

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