El imperialismo europeo (1830–1914): entre el mito económico y la realidad global

Introducción

En una época donde la geopolítica resurge como clave explicativa del orden mundial, volver la mirada a los siglos XIX y XX no es un gesto académico nostálgico, sino una necesidad crítica. Entender cómo Europa llegó a controlar más del 80% del planeta no es solo una lección de historia: es una ventana para reflexionar sobre el presente. Las bases materiales, ideológicas y estratégicas del imperialismo clásico dejaron huellas que aún se sienten en el comercio internacional, las fronteras, las desigualdades y los relatos nacionales. Este artículo retoma las ideas del historiador británico D.K. Fieldhouse para desentrañar las raíces del llamado “nuevo imperialismo”, desafiando las interpretaciones unilaterales y proponiendo una mirada multidimensional sobre el fenómeno.

¿Fue el capitalismo el motor del imperialismo?

Desde la primera línea, Charles Wilson —autor del prólogo— advierte que la historia, como la ciencia, suele partir de hipótesis no verificadas. Durante décadas se asumió que la expansión imperialista de fines del siglo XIX fue inevitable resultado del capitalismo europeo. Sin embargo, Fieldhouse no da por sentada esa relación y propone, en cambio, analizar la historia desde el terreno, en sus múltiples dimensiones.

Una expansión sin precedentes

En 1800, los europeos controlaban el 35% de la superficie terrestre. En 1914, ese número trepaba al 84,4%. Esto implicó una media de expansión de 560.000 km² por año. Fieldhouse sostiene que ese crecimiento —a menudo presentado como un fenómeno nuevo— tiene raíces profundas: lo que se llamó “nuevo imperialismo” no fue una ruptura, sino una intensificación de dinámicas anteriores.

La diferencia fundamental residía en los territorios involucrados. Mientras que la primera expansión europea se concentró en las Américas (colonias de asentamiento), la segunda se desplegó sobre África, Asia y el Pacífico (colonias de ocupación).

Competencia geopolítica y prestigio internacional

En este nuevo ciclo, ya no bastaba con comerciar: era necesario ocupar. Alemania, Bélgica e Italia se sumaron tarde, pero con voracidad, a la carrera colonial. Las colonias no eran solo recursos: eran símbolos de poder. El prestigio internacional dependía cada vez más de la cantidad de territorios dominados. La belicosidad diplomática entre potencias llegó a niveles alarmantes, siendo las cuestiones coloniales un factor creciente de tensión y alianzas.

¿Economía, política o masas?

Fieldhouse revisa múltiples explicaciones del imperialismo:

  • Económicas: necesidad de nuevos mercados, materias primas y economías de escala por la industrialización.
  • Políticas: búsqueda de seguridad estatal, prestigio y equilibrio de poder.
  • Populares: crecimiento del nacionalismo y racismo pseudocientífico como respaldo ideológico al dominio.

A esto suma las interpretaciones periféricas, que destacan cómo muchas decisiones coloniales respondieron a presiones desde las propias colonias: colonos, comerciantes, militares, misioneros. No todo se decidía en Londres o París.

El racismo como justificación ideológica

A fines del siglo XIX, el discurso de la “misión civilizadora” estaba en auge. El darwinismo social ofrecía una base “científica” para legitimar la conquista: las razas superiores debían liderar, educar y, si era necesario, someter a las inferiores. Este discurso empapó la política, los medios y la educación europea, volviendo el imperialismo un proyecto “moral” ante los ojos de sus ejecutores.

Subimperialismo y periferias activas

El concepto de “subimperialismo” refiere a las dinámicas impulsadas desde los territorios mismos: la inseguridad fronteriza, la necesidad de rutas comerciales, el deseo de poder local. Esto matiza la idea del imperialismo como decisión unidireccional: muchas veces fue una respuesta a conflictos, tensiones o intereses surgidos fuera del control metropolitano.

Lo que había antes de 1880

Fieldhouse dedica una parte clave del libro a mostrar cómo muchos de los territorios anexados tras 1880 ya estaban bajo influencia europea desde décadas antes. La ocupación de Argelia por Francia, la consolidación británica en la India o la expansión rusa en Asia Central no fueron eventos espontáneos, sino procesos acumulativos. El “nuevo imperialismo” es distinto en grado, pero no en esencia.

Conclusión

Comprender el imperialismo no es solo revisar mapas ni calcular PIB. Es entender cómo el poder se articula entre economía, ideología y geografía. Es pensar críticamente la historia para no repetirla, o al menos, para reconocer sus fantasmas cuando vuelven a aparecer. Fieldhouse nos recuerda que los imperios no se construyen solo con cañones, sino con relatos. Y que desarmar esos relatos es un acto político en sí mismo.

📚 Economía e Imperio. La expansión de Europa (1830–1914), D.K. Fieldhouse
✍️ Edición y análisis por @Internacionalizarse
🧭 Esta entrada forma parte de la serie Notas de historia del sistema internacional.


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