I. El fin de un vínculo histórico
Desde que el peronismo perdió las elecciones legislativas, una pregunta sobrevuela la política argentina: ¿Cómo llegó a este punto el movimiento que durante más de medio siglo fue sinónimo de poder popular y nacional?
Las explicaciones abundan —la interna, el desgaste económico, la «proscripción», la fragmentación—, pero todas orbitan un mismo núcleo: el agotamiento del vínculo entre la gente y sus dirigentes.
Lo que está en crisis no es solo un proyecto político, sino la confianza emocional que lo sostenía.
Durante décadas, el peronismo fue mucho más que un partido: fue una forma de sentir la política. Supo encarnar, como pocos movimientos en el mundo, la idea de que lo colectivo podía ser una fuente de dignidad y ascenso social.
La promesa de justicia, la liturgia del trabajo, el orgullo nacional y la cercanía del líder generaban un sentido de pertenencia que trascendía los programas y los gobiernos.
Ese lazo, forjado entre Estado y pueblo, entre líder y masa, fue su principal capital simbólico.
II. Cuando lo político se volvió personal
La consigna feminista “lo personal es político” permite invertir la mirada: lo político se ha vuelto personal.
La gente ya no discute ideas ni modelos, sino rostros.
Ya no evalúa la coherencia de un proyecto, sino la credibilidad de quien lo encarna.
Y en ese terreno, el peronismo perdió la batalla. No por falta de discurso, sino porque sus dirigentes dejaron de transmitir confianza, austeridad y propósito.
El problema es de representación afectiva: los votantes no se reconocen en los líderes que supuestamente los representan.
El peronismo fue históricamente carismático —una política de rostros y gestos, no solo de programas—, y hoy esos rostros ya no inspiran.
La política se volvió una cuestión de fe, y el peronismo perdió la suya.
🗣️ “La épica se volvió gestión, y la gestión, burocracia.”
III. Milei y la victoria cultural
Mientras tanto, La Libertad Avanza logró capitalizar el descontento con un relato nuevo.
Milei no solo ganó una elección: ganó el debate cultural.
Instaló que el Estado es el problema, que la libertad económica es la justicia y que la salvación es individual.
Su discurso, emocional y binario, ofreció un enemigo claro —la “casta”— y una redención personal: “vos podés, si te dejan en paz”.
Frente a eso, el peronismo respondió con consignas del siglo XX, apelando a símbolos que ya no movilizan a una sociedad fragmentada y descreída.
IV. Del recambio a la refundación
Hablar de “renovación” dentro del peronismo suena insuficiente.
No se trata de mover piezas en un tablero gastado, sino de repensar el sentido del juego.
El movimiento necesita algo más profundo que un recambio generacional: una decapitación simbólica de su cúpula, una disolución del ego partidario, un retorno a la escucha real.
No hay futuro si las decisiones siguen concentradas en los mismos nombres que hace años dejaron de generar esperanza.
El peronismo, si quiere sobrevivir, debe permitir que otras voces, otras prácticas y otras estéticas políticas emerjan desde abajo, sin pedir permiso a los guardianes del pasado.
V. Un movimiento que ya cumplió su ciclo
Aceptar el agotamiento no es negarse al legado. Es comprender que el ciclo histórico que comenzó en 1945 cumplió su función.
El país, el mundo y la sociedad cambiaron.
La clase trabajadora ya no es el sujeto homogéneo que movilizaba la CGT; el capitalismo global pulverizó los lazos laborales y multiplicó las identidades.
El sindicalismo, la iglesia, los movimientos sociales y las universidades ya no orbitan naturalmente alrededor del justicialismo.
La Argentina del siglo XXI requiere una nueva gramática política, y el peronismo —tal como lo conocemos— no la tiene.
📌 El desafío no es revivir al peronismo, sino superarlo dialécticamente.
VI. El post-peronismo posible
Un post-peronismo podría conservar la idea de justicia social y soberanía nacional, pero expresarse con nuevos lenguajes:
🌱 ambientalismo,
💻 economía del conocimiento,
♀️ feminismo popular,
📡 soberanía tecnológica.
Un movimiento que entienda que la inclusión ya no se construye solo con empleo y salario, sino con educación, conectividad, salud mental y tiempo libre.
Eso exige dirigentes menos mesiánicos y más pedagógicos; menos tácticos y más éticos.
VII. Del vacío a la reconstrucción
El vínculo roto entre la sociedad y el peronismo no se reconstruirá con marketing ni nostalgia.
Se reconstruirá con honestidad, empatía y humildad.
Cuando lo personal volvió a ser político —cuando la gente juzga a sus dirigentes por cómo viven, cómo se comportan y qué encarnan—, el peronismo quedó desnudo.
Y quizá ahí, en ese vacío, empiece su verdadera oportunidad: volver a ser movimiento antes que maquinaria, comunidad antes que corporación, idea antes que estructura.

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